Hay momentos en la vida que dejan una huella imborrable en nuestro corazón. Y aunque el tiempo avance inexorablemente, la amistad verdadera es capaz de atravesar los años y mantenerse intacta. En nuestra querida Playamar, unos cuantos de ese grupo de amigos de la juventud, ahora jóvenes en la cincuentena, y digo jovenes porque en estas reuniones todos volvemos a sentirnos en la veintena, nos reunimos para revivir aquellos días de antaño y fortalecer esos lazos que el tiempo no ha logrado disolver, ni lo logrará nunca.
Hace más de cuatro décadas, muchos nos conocimos en los años de nuestra adolescencia. Nuestras risas llenaban los veranos de Playamar, compartiendo gratos momentos en el chiringuito del windsurf y viviendo alguna que otra aventura nocturna. Con el paso del tiempo, nos hemos enfrentado a los desafíos de la vida adulta, pero nuestros recuerdos de aquellos días de juventud y camaradería nunca se han desvanecido.
La reunión fue el punto de encuentro de esos amigos que se separaron geográficamente, pero que nunca lo hicieron en espíritu. Al llegar, las primeras miradas se llenaron de emoción. Los abrazos parecían sellar el pacto de amistad eterna que habíamos forjado en nuestra juventud. La felicidad era notoria, dejando claro que esta reunión era mucho más que un simple acto social.
Al rememorar los momentos compartidos en el pasado, pudimos revivir experiencias llenas de alegría y diversión. Las anécdotas inundaron la mesa mientras disfrutabamos de una copiosa cena en el Chupytira. Las risas compusieron una canción que retumbaba en el aire, recordando a todos el poder de la verdadera amistad.
Cada uno de nosotros llevaba su carga de historias y recuerdos en el corazón. A través de las risas, nos dimos cuenta de que aquellos días de juventud habían sido parte de la base sobre la cual habíamos construido nuestras vidas. Y aunque hemos seguido distintos caminos, en ese instante, todos nos sentimos conectados de nuevo, como si el tiempo se hubiera detenido por un breve momento.
La playa, fiel testigo de nuestra amistad y confidente de nuestros secretos adolescentes y no tan adolescentes, fue el escenario perfecto para la renovación del compromiso de no perder nunca el contacto. En medio de la brisa marina, nos prometimos seguir compartiendo los altibajos de la vida, apoyándonos mutuamente como lo hacíamos durante nuestras vacaciones en Playamar. Sabíamos que, pase lo que pase, nuestra amistad es un faro que nos guiará a través de cualquier tormenta.
Preludios de la cena
Ni que decir tiene que la reunión tuvo algún que otro preludio. El primero el jueves, una copita que me tomé con Cinta en un chiringuito.
El viernes, Cinta y yo nos dimos un paseo hasta Los Alamos, después playita y piscina. En la piscina me encontré con Kira e Iván y me invitaron a una cerveza. A Kira le guardé el secreto de que el sábado se iba a presentar en la cena por sorpresa y de improviso. Luego comí con Fernando, el padre de Cinta y Nuria, y la propia Cinta, qué personaje más ameno, entretenido y agradable.
El sábado, comida en el Chiringuito "El Yate". Allí estuvimos unos cuantos, incluída la malagueña Elisa que no podía acudir a la cena. Está chica, que ese día llevaba una estrella en el corazón (ver foto), no cambia, sigue igual: delgada, pelo castaño oscuro rizado, simpatiquísima y muy parlanchina.
La Feria de Torremolinos
Creo que es de recibo mencionar que la semana anterior, Nuria, como todos los años, estuvo presente en la Romería de San Miguel, patrón de Torremolinos, y que constituye el preludio de la Feria de Torremolinos.
Y está es una foto de la Feria de Día, a la que no subimos, pero que al estar al lado de mi hotel, yo la tuve que vivir a diario... Alguna cervecilla me tomé a la salud de todos.
Y en la Feria de Noche, después de la cena, estuvimos unos cuantos. Fue divertidísimo. Primero llegamos a los últimos coletazos del concierto que daba el grupo "Siempre Así", grupo en el que canta Paola, una amiga de la panda de nuestra querida Encarnita. Saludarla no pudimos, pero bailar al son de sus canciones sí que lo hicimos.
La siguiente foto es un desastre, Sergio me puso trompa de elefante, pero de momento es la única que tengo de la Feria. La verdad es que podría poner algún vídeo del bailoteo con el "A quién le importa" de Alaska, pero va a ser que no, que luego no nos contratan en ningún sitio.
Actualización: me acaba de llegar una foto de la Feria, Alberto es un artista tirando selfies.
Fotos para el recuerdo
A continuación algunas fotos para el recuerdo...
La primera no tiene precio, Manolo a principios de los 70, gordito y con flequillo cortina, quién lo diría. Su hermano Emilio parece pensar: "Platero, que está detrás, es un burro pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos". Por cierto, os emplazo a que leáis "Platero y Yo". Sí, en su día lo leí y todavía me acuerdo de la frase que acabo de escribir, aunque la he modificado ligeramente añadiendo el "que está detrás".
Y en este bar, obviamente con otro nombre en aquella época, compartíamos minis de cerveza y otros enjuagues hace muchos, muchos años. Sevillanas, cordobesas y vascos se acordarán seguro.
Ya más tarde, en la época universitaria y post-universitaria, el "Gipsy" era un lugar de culto y peregrinaje nocturno entre los de Playamar 80.
Otras fotos de interés
En recuerdo de algunos de los que no pudieron acudir a la quedada. El primero el amigo Mario, al que vieron Nuria y Tiech en su última visita a Madrid.
José Luis, nuestro querido amigo vasco, en una foto con su mujer y Macarena, una de las hijas de Encarnita. Que arte tienen los jóvenes haciendo selfies, yo no consigo encuadrarme a mi mismo, cuanto menos si son tres los que hay que encuadrar.
A este no lo reconozco, sé que está en el grupo de WhatsApp pero no me suena su cara, parece mayor que nosotros.
Corolario a un reencuentro inolvidable
La XIV Reunión Playamar 80 fue una prueba fehaciente de que la amistad verdadera nunca desaparece. A pesar de la distancia y el paso del tiempo, se ha demostrado que las relaciones más valiosas son aquellas que trascienden a todo tipo de circunstancias. En este mágico encuentro, las risas y los recuerdos se mezclaron en una danza melancólica, fortaleciendo el vínculo que nos une.
Nuestras almas que alguna vez fueron adolescentes y después jóvenes, ahora disfrutan de la madurez, compartiendo una amistad enriquecida por las experiencias vividas. La reunión en Playamar demostró que el tiempo no tiene el poder de apagar el fuego de la amistad, sino que lo alimenta con sabiduría y gratitud.
Así, mientras el sol empezaba a salir por el horizonte y Playamar se preparaba para presenciar un nuevo amanecer, los allí asistentes nos despidíamos con un nudo en la garganta y una certeza en el corazón: nuestra amistad está destinada a perdurar, como una llama eterna que seguirá ardiendo por siempre en nuestros corazones... ¡¡El año que viene a repetir!!
1 comentario:
Genial; gracias a todos los presentes y en especial a Josele. Son fotos que proporcionan grandes y muy buenos recuerdos.
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